Fuimos al huerto del vecino a robar nueces. Sigilosamente nos metimos por un pozo, presentimos que las estaciones pasaban por nuestras cabezas y nos dio sueño. Ahí mismo nos dormimos y era invierno. No tenía sentido seguir el viaje hacia el huerto. Pero cuando llegó la primavera, salimos del pozo y ya estábamos en terreno del vecino y un nogal se inclinaba hacia la izquierda, por el peso de sus frutos que nadie comía. A lo lejos vimos al vecino que nos observaba desde la galería de su mansión, meciéndose lentamente en una hamaca, mientras sostenía en sus manos un libro. Con desfachatez comenzamos a robar sus frutos y los pusimos en una cesta y no escapamos. Los comimos ahí, debajo del nogal, sabiendo que a lo lejos nos observaba.
- ¡¿Porqué hicieron este viaje hacia el nogal de mi huerto?!
Nos gritó a lo lejos.
- ¡(...)! Agregó después, pero no lo escuchamos.
Entonces se acercó caminando hacia el nogal y cuando estuvo a pocos pasos, con marcada curiosidad nos dijo:
- ¿Porqué comen frutos que son perecederos?... los frutos pronto envejecen, marchitan la misma tarde del día en que nacieron. En cambio, este libro (vimos que se trataba a de un manual rumano) habla de esos mismos frutos que ustedes comen. En estas páginas, los frutos siempre se mantienen brillantes y maduros en las fotos e ilustraciones, nunca se degradan. Como las conservas, que pueden mantener a los frutos durante largo tiempo. No se pudren.
- No somos sabios, vecino. Somos ladrones. Nunca se nos ocurrió leer manuales rumanos ni hacer conservas, sino en salir a los huertos a degustar aquello que tiene corta vida. Creemos que en esa brevedad radica lo intenso de la vida.
- Pero este huerto no es de ustedes. ¿Por qué no se quedaron comiendo las uvas de sus viñedos?
- No podíamos controlar la diarrea que nos produjo comer solamente uvas durante tantos años. Hemos salido a probar nuevos sabores. Mira lo que hemos conseguido en nuestro corto viaje.
Y le mostramos un canasto de frutos. Muchos de ellos ya estaban podridos y moscas poteras se congregaban en la pulpa.
- Veo frutos que no son de estas tierras y me parece imposible que ustedes los hayan recolectado.
- Es cierto. Encontramos una cesta que ya tenía esos frutos exóticos y la hemos robado. Entonces hemos salido a los huertos a juntar frutos de nuestras tierras y los hemos mezclado en la misma cesta con los frutos exóticos que ya existían.
- Sólo se han limitado a recolectar. No veo en la cesta ningún fruto nuevo. Sólo veo moscas y galimatías.
Nos dijo.
- Es cierto. No hay un fruto nuevo (y hubo un viento que tapó la palabra que dijimos a continuación. Esperamos que pasara el viento y la repetimos).. aún.
- ¿Y por qué mostrar una cesta de frutos conocidos y corruptos, y no tener la paciencia de esperar a mostrar el fruto nuevo y definitivo?
Insistió nuestro vecino. Y su insistencia era sincera.
- Porque creemos en mostrar el proceso de búsqueda y los frutos de ese proceso. Si no vieras nuestros frutos conocidos y no nos cuestionaras sobre ellos, jamás llegaríamos al fruto nuevo. Necesitamos de tu arcada para saber qué fruto podrido te produce arcada. Necesitamos de tu retórica para saber qué fruto maduro te produce retórica. Necesitamos de tus refutaciones para saber qué fruto peloso te produce refutar. De ahí saldrá el fruto nuevo.
- El fruto nuevo que pronto habrá de morir por la enfermedad de la novedad vacía de sentido y significado. Ningún fruto, por más nuevo que sea, resiste nuestro crudo invierno.
- Aquel que tenga olfato sabrá que ninguna enfermedad está vacía de sentido y significado. Corta vista de aquel que descalifica la enfermedad, por más que crea que la misma haya sido erradicada. Nunca sabrá que nuevo amanecer la hará resurgir. Ya lo puede ver, vecino: nosotros buscamos despertarnos en ese nuevo amanecer y contraer la enfermedad que contagie al fruto nuevo. Porque ojalá que nuestro fruto muera. Lo queremos así. Lo efímero no es una amenaza, sino un anhelo. Jamás soportaríamos que el nuevo sabor se perpetúe, se institucionalice. Nada nos apesta más que la cesta de frutos convencional que se saborea en el postre del burgués.
- Ja!... ya verán que si logran inventar el nuevo sabor, no pasará mucho tiempo para que el mismo aparezca en el plato del burgués como un manjar exótico, exclusivista. Y cuando el burgués se canse, el nuevo sabor pasará a las masas que lo tomarán como un consumo consolador y engañoso de equilibrio social. ¿Podrán soportarlo?
- Ojalá que así suceda. Porque mientras el burgués sólo estará probando un nuevo sabor que representa para él un valor más de mercancía y posesión, para otros (para los lúcidos), ese nuevo sabor les despertará la formidable experiencia del cuestionamiento de ese consumo y van a lanzarse al camino de buscar otro nuevo fruto, otra nueva sensibilidad.
- La vanguardia es atentado burgués que a fuerza de elevar la voz pretende hacerse un lugar en la historia. Lo dice este libro.
- La vanguardia no es burguesa (hasta los manuales rumanos se equivocan), ya que se anima a mostrar la lacra fabulosa del mundo. ¿O es que un burgués se atrevería a llevar frutos podridos en su cesta? ¿Y encima de eso querer registrarlo en las páginas de la historia?
Dijimos finalmente. Luego hubo un largo silencio.
- Esta charla nos ha llevado mucho tiempo. Ya el aire del invierno se acerca y el nogal se ha pelado. No veo que en vuestra cesta haya aflorado, entre la podredumbre y las moscas, el fruto nuevo.
Dijo nuestro vecino.
- Seguramente esta charla ha ayudado a que la llegada sea un poco más inminente.
Respondimos.
Nuestro vecino se alejó hacia su mansión. Lo vimos sentarse nuevamente en la hamaca de la galería. Y no vimos que abriera el manual para seguir leyendo. Lo dejó cerrado y se puso a pensar.
Nosotros regresamos por el pozo que nos trajo. Aún no lo sabíamos, pero un nuevo aroma, en forma muy intermitente, empezaba a emanar de nuestra cesta de frutos podridos
(FABRICIO CAPELLI)